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SIN CULTURA NO HAY FUTURO

OPINIÓN



Miguel Cantos Díaz

Historiador

14 de abril de 2025



El resultado electoral reciente dejó, más que una derrota para algunos, una especie de silencio espeso para quienes vivimos, sentimos y trabajamos desde la cultura. No es una sorpresa, pero duele. Duele porque sabemos que lo que viene no trae consigo un horizonte más amplio,  al contrario, se perfila como la continuidad de un modelo donde el arte y la cultura no tienen lugar en la agenda política, ni en el presupuesto, ni en las prioridades de país.

Mientras unos celebran y otros lamentan, los artistas plásticos siguen cargando sus obras de feria en feria, esperando que alguien se acerque, pregunte el precio y, con suerte, compre. Pero ese mercado es tan limitado y excluyente que muchas veces ni siquiera alcanza para cubrir los materiales. ¿Cómo se puede hablar de desarrollo artístico si ni siquiera existe un mercado digno que les permita vivir de su trabajo?

Los artistas populares, por su parte, siguen siendo sistemáticamente ignorados por las instituciones culturales. Para ellos, la calle es el único escenario que les queda. Ahí donde todo vale: la guitarra, la máscara, el cuerpo. Son los que animan plazas, mercados y buses, los que sostienen viva la memoria colectiva, aunque nadie los convoque a un festival, aunque sus nombres nunca aparezcan en las programaciones oficiales ni en los catálogos de política cultural.

Y los artistas escénicos... ¿cuántas puertas hay que golpear para conseguir un auspicio, un fondo, un teatro? Cada obra que llega a escena es una pequeña hazaña, una lucha contra la burocracia, el desinterés, el ninguneo. Las compañías teatrales, los grupos de danza, los proyectos interdisciplinarios, sobreviven entre autogestión, préstamos personales y una terquedad admirable. Pero no debería ser así. No puede seguir siendo así.

A este paisaje se suma un silencio más profundo, más coral. Literalmente. Los coros, esas formas de arte comunitario, de polifonía viva y vibrante, están desapareciendo. Los festivales corales —que antes eran espacios de encuentro, intercambio y formación— ya casi no existen. Las universidades que los organizaban, los fondos públicos que los impulsaban, las instituciones que los promovían, hoy callan, recortan o simplemente ignoran. Las voces que antes se alzaban en armonía hoy guardan silencio por falta de recursos, de planificación, de voluntad política.

También debemos preguntarnos por la nueva generación. Este año se graduarán cientos de jóvenes artistas en distintas disciplinas. ¿Qué les espera? ¿Qué tipo de país los recibe? Uno donde el desempleo, la informalidad y la precariedad son la norma. Uno donde se les sigue invitando a presentarse “por amor al arte”, sin paga, sin contratos, sin derechos. Uno donde el arte sigue siendo visto como entretenimiento, no como trabajo, no como aporte vital al tejido social.

Y, como si todo esto no bastara, los libros seguirán siendo un lujo inalcanzable para quienes escriben y para quienes desean leer. Editar una obra, circularla, hacerla llegar a más lectores, se vuelve un acto de resistencia frente a un sistema que no invierte, que no incentiva, que no cree en su propia memoria escrita.

Nos preguntamos por qué los teatros no se llenan, por qué nuestras canciones no suenan más allá de los márgenes, por qué el cine independiente es una batalla permanente, por qué nuestras pinturas no logran entrar a colecciones ni galerías que paguen lo justo, por qué ya no suenan las voces múltiples de los coros que reunían generaciones enteras en torno a la armonía. La respuesta es tan evidente que asusta: no hay condiciones. No hay estructura. No hay política.

Y ante este panorama, la salida no puede ser el aislamiento. Es momento de dejar la competencia absurda por migajas y entender que si no nos articulamos entre todos los sectores del arte y la cultura —sin jerarquías, sin exclusiones—, seguiremos siendo islas en un mar que no deja de crecer. Unificar esfuerzos no significa perder identidad. Significa reconocernos, escucharnos, acompañarnos.

La cultura no es un lujo, ni un premio para tiempos de bonanza. Es parte de lo que somos. Es lenguaje, memoria, rabia y esperanza. Si seguimos aceptando que se la trate como algo secundario, si no reclamamos con fuerza y claridad nuestro lugar en la sociedad, no habrá futuro para el arte, ni para quienes lo hacen posible.

Gallegos Lara lo expresó con la claridad de quien entendía el peso real del trabajo cultural: los trabajadores de la cultura, en nuestra labor callada y pesada, hemos sido levadura y sacudida, dignidad y protesta, al lado de todo el pueblo en lucha”. Esta es  la realidad que seguimos viviendo hoy, cuando cada día la cultura se enfrenta a las dificultades de un sistema que la coloca al margen. Las políticas públicas que deberían ser motor de cambio, se han convertido en una utopía lejana, mientras los artistas, gestores y creadores, en su mayoría, deben pelear por sobrevivir, sin el respaldo necesario para que su trabajo pueda prosperar.

Cuando a Jorge Enrique Adoum se le preguntó cuál debía ser el papel del intelectual en estos tiempos, respondió sin vacilar:tratar de ser portavoz de los ideales y reclamos de su gente ante las injusticias del sistema. ¿Qué otra cosa podemos hacer, si no es eso? Ser altavoz de lo que duele, de lo que falta, de lo que sueña. No hay arte real sin compromiso, sin tierra bajo los pies, sin comunidad. Hoy nos toca volver a asumir ese lugar: con nuestras contradicciones, sí, pero también con la certeza de que solo si caminamos juntos podremos cambiar esta historia.

El arte no puede seguir viviendo del sacrificio individual. Necesitamos políticas públicas que abracen la cultura como un derecho. Y para eso, tenemos que organizarnos, escucharnos, abrazarnos como sector. La cultura no puede existir en un vacío ni en la comodidad de la indiferencia; está profundamente conectada con la lucha de su gente, con los dolores, los sueños y las esperanzas de una comunidad.

El arte auténtico no puede existir al margen de su tiempo, ni desvinculado de las realidades que atraviesan quienes lo producen y lo viven. Hoy, es necesario retomar ese compromiso con la verdad y la lucha. Solo a través de una articulación colectiva, de una unidad genuina y bien organizada, podremos avanzar hacia políticas públicas que transformen el campo artístico y, a la vez, orienten el rumbo social del país hacia un futuro de efectivo bienestar y dignidad para todos y todas.

1 則留言


iamjorgej
4月15日

Buenos días. Muy cierto todo lo expuesto en este artículo , claro , concreto y directo . Sin tapujos ni adornos innecesarios , directo a la yugular cómo se solía decir ; por las calles de este hermoso país , y es muy cierto en lo que se propone , unirse, agruparse , aglutinarse , arrejuntarse( cómo podrían haber dicho mis abuelos ) .

Así que este es el momento, porque si nosotros no nos unimos como una sola voz , la voz de uno solo no será escuchada, jamás . Hay que empezar , pero tenemos que hacerlo ya.!

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